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El arte de probar cohetes: el trabajo invisible que impulsa la conquista espacial

El arte de probar cohetes: el trabajo invisible que impulsa la conquista espacial

En el corazón del sur de Estados Unidos, entre los pinares y pantanos de Mississippi, se alza el Stennis Space Center, la mayor instalación de ensayos de propulsión de cohetes de Estados Unidos. Allí, lejos de los focos mediáticos que suelen apuntar a los lanzamientos en Cabo Cañaveral o a las hazañas de SpaceX y Blue Origin, un grupo de ingenieros y técnicos trabaja a diario para garantizar que los motores que impulsan el futuro de la exploración espacial sean seguros y fiables. Entre ellos se encuentra Dwayne Lavigne, ingeniero de control en Stennis, cuya labor representa la compleja ingeniería que sostiene la carrera espacial moderna.

La importancia de Stennis en la historia espacial estadounidense es difícil de exagerar. Inaugurado en 1961, este centro fue el lugar donde se pusieron a prueba los gigantescos motores F-1 que impulsaron los cohetes Saturn V del programa Apolo hacia la Luna. Décadas después, continúan ensayándose aquí motores para lanzadores de nueva generación, como el RS-25 que equipará el Space Launch System (SLS) de la NASA, clave en el programa Artemis que pretende devolver astronautas a la superficie lunar.

A diferencia de la ingeniería que se muestra en los lanzamientos, la labor diaria en Stennis es mucho más minuciosa. Como explica el propio Lavigne, su trabajo consiste en solucionar y anticipar problemas en sistemas de control complejos y cambiantes. “A veces, es como completar un puzle del que desconoces la imagen final”, comenta. Cada prueba de motor exige adaptar sistemas de control y seguridad, calibrar sensores y preparar protocolos que garanticen que, si algo falla, los riesgos para el personal y la infraestructura sean mínimos.

La labor de ingenieros como Lavigne se ha vuelto aún más relevante ante el auge de los lanzadores reutilizables y la colaboración creciente entre la NASA y empresas privadas. SpaceX, por ejemplo, ha revolucionado la industria con sus cohetes Falcon 9 y Falcon Heavy, capaces de aterrizar y volar de nuevo tras cada misión. Este enfoque requiere que tanto los motores Merlin como los sistemas de control asociados sean extremadamente fiables y flexibles, cualidades que sólo se alcanzan mediante incontables horas de pruebas, simulaciones y ensayos en lugares como Stennis.

Por su parte, Blue Origin, la compañía fundada por Jeff Bezos, también ha realizado pruebas críticas de sus motores BE-3 y BE-4 en instalaciones similares. El BE-4, en particular, es fundamental para los nuevos cohetes Vulcan Centaur de United Launch Alliance y para el propio New Glenn de Blue Origin, que se espera juegue un papel protagonista en los próximos años tanto en lanzamientos comerciales como en misiones a la órbita lunar.

Tampoco Europa queda al margen de esta carrera tecnológica. En España, la empresa PLD Space ha realizado importantes avances en el desarrollo de lanzadores reutilizables, como el cohete Miura 1, cuyo primer vuelo de prueba se realizó con éxito en 2023. Este hito pone de manifiesto cómo la innovación en sistemas de propulsión y control es global y abarca desde gigantes estadounidenses hasta start-ups europeas decididas a hacerse un hueco en el mercado internacional.

La fiabilidad de los motores y sistemas de control también es esencial en misiones científicas de gran calado, como el estudio de exoplanetas o el envío de sondas a los confines del sistema solar. La NASA, por ejemplo, recientemente ha anunciado nuevos hallazgos sobre planetas situados en la zona habitable de estrellas lejanas, frutos de misiones como TESS y el telescopio espacial James Webb. Cada instrumento científico que se lanza al espacio depende, en última instancia, del éxito de los ensayos previos realizados en tierra.

La industria del turismo espacial, liderada por Virgin Galactic, también se apoya en la ingeniería de pruebas. La nave SpaceShipTwo y su motor de cohete híbrido han requerido años de ensayos y desarrollo de sistemas de control para garantizar la seguridad de los futuros pasajeros. La fiabilidad y la capacidad de respuesta ante imprevistos son, una vez más, el fruto de una labor callada y precisa, alejada de la espectacularidad de los vuelos suborbitales.

En definitiva, el trabajo de ingenieros como Dwayne Lavigne es invisible para el gran público, pero absolutamente esencial para el avance de la exploración espacial. Desde el diseño de sistemas de control que resisten condiciones extremas, hasta la rápida resolución de problemas imprevistos en tiempo real, su labor sostiene los sueños de científicos, astronautas y visionarios. Sin estos profesionales y los centros de ensayo como Stennis, la conquista del espacio sería poco más que una quimera.

Así, mientras la atención mediática se concentra en los lanzamientos y las nuevas fronteras que se abren en el cosmos, conviene recordar que el verdadero motor de la carrera espacial sigue latiendo en los bancos de pruebas, en la paciencia de los ingenieros y en el perfeccionamiento constante de una tecnología que, día tras día, nos acerca a los confines del universo. (Fuente: NASA)