La Luna no es el mar de China Meridional: redefiniendo la nueva carrera lunar

En la actualidad, la atención internacional se centra en los ambiciosos planes de Estados Unidos y China para enviar misiones tripuladas a la Luna, una competencia que muchos comparan con la legendaria carrera espacial de la Guerra Fría. Sin embargo, expertos y analistas advierten que es un error conceptual equiparar el creciente interés por la exploración lunar con los conflictos territoriales en regiones como el mar de China Meridional. La Luna, a diferencia de la Tierra, carece de fronteras políticas y de recursos claramente definidos bajo jurisdicciones nacionales, lo que plantea retos y oportunidades inéditas desde el punto de vista jurídico, diplomático y tecnológico.
La nueva era lunar: cooperación, competencia y legalidad
La próxima década promete ser testigo de un repunte sin precedentes en la exploración lunar. La NASA, a través del programa Artemis, prevé regresar astronautas a la superficie del satélite antes de que termine la década, con el objetivo declarado de establecer una presencia permanente en el polo sur lunar. Paralelamente, China, en colaboración con Rusia y otros socios internacionales, avanza en el desarrollo de la Estación Internacional de Investigación Lunar (ILRS), con planes de realizar misiones robóticas y humanas durante la década de 2030.
Sin embargo, a diferencia de los mares terrestres, la Luna está regida por el Tratado del Espacio Exterior de 1967, el cual prohíbe expresamente la apropiación nacional de cuerpos celestes y exige que la exploración y el uso del espacio se lleven a cabo «en beneficio de todos los países». Por tanto, la idea de que una potencia pueda reclamar soberanía sobre una región lunar, como ocurre en el mar de China Meridional, no solo es jurídicamente inviable, sino que contradice el espíritu de los acuerdos internacionales vigentes.
Tecnología y economía: el papel de los actores privados
En este contexto, el auge de compañías privadas como SpaceX, Blue Origin, Virgin Galactic y la española PLD Space está redefiniendo las reglas del juego. SpaceX, con su cohete Starship—diseñado para transportar grandes cargas y tripulaciones a la Luna y Marte—aumenta exponencialmente la capacidad de acceso al espacio profundo. Blue Origin, por su parte, desarrolla el módulo de aterrizaje lunar Blue Moon, pensado tanto para la NASA como para misiones comerciales. Virgin Galactic, aunque más centrada en el turismo suborbital, contribuye al desarrollo de tecnologías de lanzamiento reutilizables.
En Europa, la empresa alicantina PLD Space ha logrado hitos notables en el sector de los microlanzadores, con su cohete Miura 1, abriendo la puerta a misiones científicas y comerciales en la órbita baja terrestre y, en el futuro, hacia el espacio lunar.
Este auge del sector privado implica que la exploración de la Luna ya no está limitada a una competencia entre estados, sino que involucra a múltiples actores con intereses diversos, acelerando la innovación y aumentando la complejidad de la gobernanza espacial.
Descubrimientos científicos y nuevos objetivos
La atracción por la Luna va más allá de la geopolítica. Recientes hallazgos, como la presencia de hielo de agua en los cráteres permanentemente sombreados del polo sur lunar, han renovado el interés científico y comercial por establecer bases permanentes. El agua podría ser utilizada para producir oxígeno y combustible, facilitando la exploración humana más allá de la órbita lunar.
A la vez, el descubrimiento de exoplanetas potencialmente habitables con telescopios como el James Webb y el futuro Nancy Grace Roman Telescope, demuestra que la exploración del sistema solar es solo un primer paso hacia objetivos más ambiciosos: la búsqueda de vida y recursos en otros mundos.
Retos y oportunidades de la gobernanza lunar
El desafío ahora es definir un marco legal y diplomático capaz de regular la explotación de los recursos lunares y garantizar que la exploración del satélite beneficie a toda la humanidad. Iniciativas como los Acuerdos Artemis, liderados por la NASA y firmados por más de 30 países, buscan establecer normas para la actividad lunar, promoviendo la transparencia, la interoperabilidad y la resolución pacífica de disputas. China, en cambio, promueve su propio marco multilateral junto a sus socios de la ILRS, lo que vislumbra la posibilidad de una fragmentación normativa si no se alcanzan consensos globales.
En definitiva, la Luna no es el mar de China Meridional. La carrera lunar contemporánea se caracteriza por la cooperación y la competencia en términos científicos, tecnológicos y comerciales, más que por la confrontación directa o la apropiación territorial. El reto y la oportunidad reside en consolidar un modelo de gobernanza que permita a la humanidad explorar y aprovechar los recursos del satélite de forma pacífica, sostenible y equitativa.
El futuro de la exploración lunar dependerá de la capacidad de los actores públicos y privados para colaborar y evitar la repetición de los errores terrestres en un escenario completamente nuevo. (Fuente: SpaceNews)
