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El avión científico ER-2 de la NASA despega para cartografiar la Tierra a gran altitud

El avión científico ER-2 de la NASA despega para cartografiar la Tierra a gran altitud

En la desértica y soleada pista del Centro de Investigación de Vuelo Armstrong, en Edwards, California, la expectación era palpable el pasado jueves 21 de agosto de 2025. En el interior de un vehículo de transporte, el piloto Kirt Stallings, perteneciente a la élite de aviadores de la NASA, aguardaba paciente el momento de acceder al ER-2, el emblemático avión de investigación de gran altitud de la agencia espacial estadounidense. Afuera, ingenieros y técnicos ultimaban los preparativos para una nueva misión, clave en el conocimiento y estudio de nuestro planeta: el GEMx, o Geological Earth Mapping Experiment.

A primera vista, el ER-2 podría confundirse con un elegante caza de los años 50. Sin embargo, el aparato es una adaptación civil y científica del legendario U-2, utilizado originalmente para misiones de reconocimiento militar durante la Guerra Fría. Desde los años 80, la NASA opera el ER-2 como observatorio volante para la investigación atmosférica y terrestre, volando a cotas superiores a los 21.000 metros, donde sólo los cazas más avanzados o los vuelos suborbitales de compañías como Virgin Galactic alcanzan alturas comparables.

La misión GEMx representa una alianza estratégica entre la NASA y el Servicio Geológico de Estados Unidos (USGS), con el propósito de cartografiar la superficie terrestre en alta resolución mediante instrumentos ópticos, infrarrojos y de radar. Estas campañas permiten estudiar desde la erosión de los suelos hasta la detección de minerales, pasando por el análisis de recursos hídricos o el seguimiento de cambios provocados por el cambio climático.

El ER-2 es ideal para estas tareas. Su fuselaje esbelto y sus alas largas le permiten planear durante horas en la estratosfera, en condiciones similares a las que experimentan los satélites, pero con la ventaja de poder recuperar rápidamente los datos y modificar la instrumentación según la misión. A bordo, Stallings y su reducido equipo de científicos llevan consigo cámaras multiespectrales, sensores LIDAR y sistemas de teledetección de última generación, muchos de ellos prototipos que en el futuro volarán en satélites de nueva generación.

El rol de la NASA en este tipo de misiones sigue siendo fundamental, pese al auge de la iniciativa privada en el sector espacial. SpaceX, dirigida por Elon Musk, ha revolucionado el acceso al espacio con lanzadores reutilizables y el desarrollo de la Starship, con la vista puesta en Marte. Blue Origin, liderada por Jeff Bezos, apunta a la explotación comercial del espacio suborbital y la construcción de futuras infraestructuras orbitales. En el panorama europeo, la española PLD Space ha conseguido hitos notables con el lanzamiento del cohete Miura 1 y se prepara para nuevas misiones, situando a España en el mapa de la tecnología aeroespacial.

No obstante, la observación terrestre sigue siendo, en buena medida, terreno de colaboración público-privada y multinacional. El trabajo del ER-2 complementa los datos de satélites como Landsat, Sentinel o los sistemas de observación de la Agencia Espacial Europea (ESA) y la Agencia Espacial Japonesa (JAXA). Incluso China y la India han multiplicado sus esfuerzos en este campo, conscientes de la importancia de la monitorización global para anticipar catástrofes naturales, optimizar la agricultura o gestionar los recursos naturales de forma sostenible.

En paralelo, el auge del turismo espacial, impulsado por Virgin Galactic y Blue Origin, ha permitido desarrollar tecnologías que, eventualmente, podrían aplicarse a la investigación científica en la atmósfera superior o incluso en la búsqueda de exoplanetas desde plataformas suborbitales. La reciente detección de exoplanetas potencialmente habitables por misiones como TESS (Transiting Exoplanet Survey Satellite) o CHEOPS (ESA) demuestra que la frontera de la exploración está cada vez más difuminada entre la Tierra y el espacio profundo.

En este contexto, la figura del piloto científico cobra un renovado protagonismo. Kirt Stallings, al frente del ER-2, representa la continuidad de una estirpe única: la de los pilotos que, enfundados en trajes presurizados similares a los de los astronautas, exploran los límites de la atmósfera para descifrar los secretos de nuestro planeta. Mientras el avión se alza sobre el desierto californiano, cada vuelo aporta datos esenciales para la ciencia, marcando un nuevo capítulo en la historia de la exploración aeroespacial.

El legado del ER-2 y misiones como GEMx demuestran que la exploración científica de la Tierra y del espacio son dos caras de la misma moneda, y que el futuro de la humanidad depende, en gran medida, de nuestra capacidad para observar, comprender y proteger nuestro único hogar conocido hasta la fecha.

(Fuente: NASA)