La NASA impulsa la detección de basura espacial milimétrica para proteger satélites y astronautas

La proliferación de basura espacial en la órbita baja terrestre (LEO) se ha convertido en uno de los mayores retos a los que se enfrenta la exploración y la explotación del espacio. Christine Hartzell, investigadora de la Universidad de Maryland, lidera un innovador proyecto respaldado por la NASA que busca revolucionar la identificación y el mapeo de los fragmentos más diminutos de desechos en el espacio: aquellos de menos de un centímetro de diámetro. Estos pequeños fragmentos, aunque invisibles para las tecnologías convencionales de radar y óptica, representan una amenaza crítica tanto para satélites como para misiones tripuladas.
El proyecto, que se inscribe dentro del programa NIAC (Innovative Advanced Concepts) de la NASA, pretende superar los límites tecnológicos actuales en la monitorización de la llamada «microbasura orbital». Mientras que los objetos de más de 10 centímetros pueden ser rastreados y catalogados mediante radares terrestres y telescopios ópticos, los fragmentos por debajo de esta escala escapan a nuestra vigilancia. Sin embargo, a velocidades orbitales de hasta 28.000 km/h, incluso un trozo de pintura de apenas milímetros puede perforar el blindaje de una nave espacial.
El reto de la basura espacial subcentimétrica
La acumulación de basura espacial es un problema que se remonta a los primeros años de la era espacial. Desde el lanzamiento del Sputnik en 1957, miles de satélites y cohetes han dejado tras de sí una estela de fragmentos, producto de explosiones, colisiones y desprendimientos. Según estimaciones de la NASA y la ESA, actualmente orbitan la Tierra más de 34.000 objetos de más de 10 centímetros, unos 900.000 de entre 1 y 10 centímetros y más de 128 millones de fragmentos de menos de 1 centímetro.
El gran desafío reside precisamente en estos últimos. Las actuales redes de vigilancia espacial, como el Space Surveillance Network estadounidense, son incapaces de detectar y seguir la inmensa mayoría de estos pequeños proyectiles. Sin embargo, su energía cinética es suficiente para causar daños catastróficos en satélites, telescopios, la Estación Espacial Internacional (ISS) y futuras misiones de exploración lunar o marciana. De hecho, la ISS ha tenido que realizar maniobras de evasión en numerosas ocasiones debido al riesgo de impacto con fragmentos no catalogados.
Innovación tecnológica: mapeo sin colisiones
El objetivo del equipo de Christine Hartzell es desarrollar un sistema autónomo capaz de cartografiar la microbasura orbital en tiempo real y sin riesgo de colisión. Para ello, proponen el despliegue de plataformas en órbita equipadas con sensores avanzados que puedan detectar el paso de partículas diminutas mediante técnicas novedosas. Entre las tecnologías en estudio se encuentran detectores de impacto ultrasensibles, sensores de plasma y sistemas ópticos de altísima resolución.
La clave del proyecto reside en la capacidad de mapear el entorno orbital «in situ», es decir, directamente en el espacio, sin depender de observaciones desde la superficie terrestre. Esto permitiría obtener datos precisos sobre la distribución, densidad y comportamiento de los fragmentos más pequeños, información vital para diseñar maniobras de evasión, blindajes más efectivos y, a largo plazo, estrategias de limpieza orbital.
Relevancia histórica y futura
La importancia de este desarrollo tecnológico es doble. Por un lado, permitiría reducir el riesgo de daños a satélites comerciales, científicos y militares, cuya dependencia para la vida moderna es cada vez mayor: desde las telecomunicaciones hasta la predicción meteorológica, pasando por la navegación GPS y la observación terrestre. Por otro, supone un paso clave para garantizar la seguridad de los astronautas en misiones actuales y futuras, especialmente en el contexto del regreso a la Luna y la futura exploración de Marte.
Además, el proyecto podría sentar las bases para una futura normativa internacional sobre gestión de residuos espaciales. Con el aumento exponencial del número de satélites, impulsado por constelaciones como Starlink o OneWeb, la congestión orbital amenaza con desencadenar el temido «síndrome de Kessler»: una reacción en cadena de colisiones que haría inoperativa la órbita baja durante generaciones.
En definitiva, la investigación liderada por Christine Hartzell representa un avance crucial en la protección de la infraestructura espacial y la sostenibilidad de las actividades humanas más allá de la Tierra. Si tiene éxito, podría transformar la manera en que gestionamos uno de los mayores desafíos del siglo XXI a nivel global.
(Fuente: NASA)

 
							 
							