El telescopio espacial James Webb desvela la cuna estelar más activa de la Vía Láctea

El telescopio espacial James Webb (JWST) ha ofrecido una imagen sin precedentes de la nube molecular Sagittarius B2 (Sgr B2), uno de los viveros estelares más masivos y activos de toda la Vía Láctea. Esta región, situada a unos 390 años luz del centro galáctico, ha sido objeto de estudio durante décadas por su papel fundamental en la formación de estrellas gigantes y complejas estructuras de polvo y gas. Sin embargo, nunca antes se había observado con tanta claridad y detalle como ahora, gracias al poder de la tecnología infrarroja del JWST.
Sagittarius B2 es una gigantesca nube molecular compuesta principalmente de hidrógeno, pero también alberga una rica variedad de moléculas orgánicas complejas, muchas de ellas precursoras de los componentes básicos de la vida. Sus dimensiones colosales —con una masa de alrededor de 100.000 veces la del Sol y un diámetro de más de 150 años luz— hacen de Sgr B2 un laboratorio natural para entender cómo nacen las estrellas más masivas y cómo evolucionan los entornos interestelares.
Las imágenes captadas por el James Webb muestran una filigrana de nubes brillantes, filamentos luminosos y decenas de estrellas en distintas fases de formación. Gracias a sus instrumentos NIRCam y MIRI, que operan en el espectro infrarrojo cercano y medio, el JWST puede penetrar las densas capas de polvo opaco que ocultan el corazón de Sgr B2 a los telescopios ópticos tradicionales. De este modo, los astrónomos han logrado distinguir, por primera vez, tanto estrellas jóvenes envueltas aún en sus capullos de gas como estrellas masivas recién formadas que ya irradian intensamente y esculpen el entorno con sus potentes vientos estelares.
El estudio detallado de estas estructuras es esencial para comprender no solo los procesos de formación estelar en la Vía Láctea, sino también la química compleja que puede dar lugar a moléculas prebióticas. En Sgr B2 se han detectado más de 60 tipos diferentes de moléculas orgánicas, entre ellas alcoholes, éteres y aminoácidos simples, lo que convierte a esta región en una de las más ricas fuentes de complejidad química del universo conocido. Estas observaciones permiten a los científicos desentrañar cómo se forman y evolucionan estos compuestos en los entornos más extremos de la galaxia.
El logro del James Webb supone un hito dentro de la exploración astronómica reciente, marcando una clara diferencia respecto a lo obtenido previamente con telescopios como el Hubble o el Spitzer. Mientras que el Hubble revolucionó nuestra visión del cosmos en el espectro visible y ultravioleta, el JWST, lanzado en diciembre de 2021, ha abierto una nueva ventana al universo frío y polvoriento donde se gestan las estrellas y los planetas. Su capacidad para observar en longitudes de onda infrarrojas le permite sortear las barreras impuestas por el polvo interestelar, revelando detalles que antes permanecían ocultos.
Esta revelación se suma a una serie de descubrimientos recientes tanto en el ámbito público como en el privado. Por ejemplo, los lanzamientos de SpaceX y Blue Origin continúan marcando el ritmo de la carrera espacial comercial, mientras que la española PLD Space avanza en el desarrollo de cohetes reutilizables para cargas ligeras, abriendo nuevas oportunidades para la puesta en órbita de pequeños satélites y experimentos científicos. Virgin Galactic, por su parte, sigue apostando por el turismo suborbital, demostrando que la exploración espacial no es ya patrimonio exclusivo de las grandes agencias públicas.
En el campo de la ciencia de exoplanetas, el James Webb también está desempeñando un papel crucial. Sus capacidades han permitido analizar atmósferas de planetas fuera de nuestro sistema solar, detectando la presencia de agua, dióxido de carbono y otras moléculas, acercándonos cada vez más a responder la pregunta sobre si hay vida más allá de la Tierra.
El descubrimiento en Sagittarius B2 no sólo aporta nuevas piezas al puzle de la formación estelar, sino que también subraya la importancia de la colaboración internacional y de la inversión en tecnología de vanguardia. El legado del James Webb, como antes el del Hubble, será recordado durante décadas como un punto de inflexión en nuestra comprensión del universo.
Las imágenes y datos obtenidos seguirán siendo analizados durante los próximos años, y se espera que inspiren nuevas generaciones de astrónomos y científicos. El estudio de regiones como Sgr B2 es clave para desentrañar los secretos de nuestros orígenes cósmicos y para comprender mejor el papel de la química orgánica en la evolución galáctica.
(Fuente: NASA)
