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La lucha contra la basura espacial: la NASA refuerza su defensa ante el creciente peligro orbital

La lucha contra la basura espacial: la NASA refuerza su defensa ante el creciente peligro orbital

En el corazón del Centro Espacial Johnson de la NASA en Houston, un equipo de científicos liderado por la doctora Heather Cowardin libra una batalla silenciosa pero crucial para el futuro de la exploración espacial. Como jefa de la Oficina de Impactos de Alta Velocidad y de Residuos Orbitales (Hypervelocity Impact and Orbital Debris Office), Cowardin encabeza los esfuerzos de la agencia para analizar, caracterizar y mitigar los riesgos que supone la basura espacial, una amenaza cada vez más acuciante para satélites, misiones tripuladas y sistemas espaciales de todo el mundo.

El problema de los residuos orbitales, también conocidos como “chatarra espacial”, ha crecido de forma exponencial desde el inicio de la era espacial en 1957, cuando la Unión Soviética puso en órbita el Sputnik. Actualmente, se estima que más de 100 millones de fragmentos de objetos artificiales, desde restos de cohetes hasta piezas desprendidas por colisiones o explosiones, circulan a velocidades superiores a los 28.000 km/h en las distintas capas de la órbita terrestre. De ellos, más de 36.000 piezas tienen un tamaño superior a los 10 centímetros y son monitorizadas de manera constante, mientras que cientos de miles de fragmentos más pequeños escapan al rastreo habitual, pero pueden causar daños catastróficos.

La NASA, junto con otras agencias como la ESA europea y Roscosmos rusa, mantiene una vigilancia permanente sobre los objetos más grandes, pero la proliferación de satélites, constelaciones y lanzamientos comerciales —impulsados por empresas como SpaceX, con su red Starlink, o la emergente Blue Origin— ha complicado aún más la gestión del entorno orbital. Cada nueva misión añade potencialmente más residuos, y los incidentes recientes, como la destrucción intencionada de satélites en pruebas antisatélite por parte de Rusia y China, han incrementado la densidad de fragmentos peligrosos.

En este contexto, la labor de la oficina dirigida por Cowardin resulta vital. Su equipo utiliza avanzados modelos matemáticos, observación mediante radares, telescopios y experimentos de laboratorio para estudiar el comportamiento de los residuos, simular impactos y diseñar escudos protectores para naves y estaciones espaciales. Además, colaboran con ingenieros de todo el mundo para desarrollar nuevas tecnologías que permitan la detección, el seguimiento y, en última instancia, la retirada activa de residuos.

Uno de los grandes retos técnicos es la protección de la Estación Espacial Internacional (ISS), que orbita a 400 kilómetros de altura y ha debido realizar en varias ocasiones maniobras de emergencia para esquivar fragmentos peligrosos. La NASA invierte millones de dólares en el desarrollo de blindajes y paneles de absorción, así como en el refuerzo de los módulos habitados. Cada impacto, incluso de un objeto de apenas un centímetro, puede perforar el casco y comprometer la seguridad de la tripulación.

El creciente tráfico espacial, con la irrupción de lanzadores privados como los Falcon 9 de SpaceX o los New Shepard de Blue Origin, así como el esperado debut de vehículos reutilizables por parte de empresas españolas como PLD Space, multiplica el riesgo de generación accidental de nuevos residuos. El sector privado, consciente de la amenaza, trabaja ya en soluciones como satélites de limpieza, redes y sistemas de captura, aunque los desafíos técnicos y económicos siguen siendo considerables.

En el ámbito internacional, se discuten actualmente regulaciones más estrictas que obliguen a los operadores a desorbitar sus satélites al final de su vida útil. La NASA, por ejemplo, exige que los satélites de sus misiones reduzcan al máximo la probabilidad de colisión y dispongan de sistemas de autodestrucción controlada o retropropulsión para salir de la órbita útil.

La historia de la basura espacial está plagada de incidentes significativos. Uno de los más notorios fue la colisión en 2009 entre el satélite Iridium 33 y el satélite ruso Cosmos 2251, que generó miles de nuevos fragmentos y puso en evidencia la vulnerabilidad de los sistemas críticos. Recientemente, el creciente interés por el estudio de exoplanetas y la expansión de telescopios espaciales, como el James Webb, han colocado la protección frente a residuos en el centro de la agenda científica.

La doctora Cowardin, que comenzó su carrera como científica antes de asumir la responsabilidad de proteger la infraestructura orbital de la NASA, representa una nueva generación de expertos decididos a garantizar la sostenibilidad del espacio. Su trabajo es fundamental para que la humanidad siga explorando el cosmos, desde la próxima misión Artemis a la Luna hasta futuros viajes tripulados a Marte.

El desafío de la basura espacial es global y exige la cooperación de agencias públicas, empresas privadas y organismos internacionales. Solo así será posible preservar el acceso seguro al espacio y asegurar que las generaciones futuras continúen avanzando en la exploración y el conocimiento del universo.

(Fuente: NASA)