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La NASA investiga cómo proteger los huesos de los astronautas en misiones de larga duración

La NASA investiga cómo proteger los huesos de los astronautas en misiones de larga duración

El pasado 28 de agosto de 2025, la astronauta estadounidense Zena Cardman llevó a cabo una serie de experimentos esenciales para el futuro de la exploración espacial tripulada. En el módulo laboratorio Kibo de la Estación Espacial Internacional (EEI), Cardman procesó muestras de células óseas dentro de la Life Science Glovebox, una cabina especialmente diseñada para manipular materiales biológicos en condiciones de microgravedad. El objetivo: entender cómo la falta de gravedad afecta al equilibrio entre las células que generan hueso (osteoblastos) y las que lo degradan (osteoclastos), y encontrar así soluciones para evitar la pérdida ósea que sufren los astronautas durante misiones prolongadas.

Este estudio es de vital importancia ante la inminente nueva era de misiones espaciales de larga duración, como el programa Artemis de la NASA, que prevé establecer una presencia humana sostenible en la Luna y, posteriormente, en Marte. La salud ósea es uno de los mayores retos biomédicos a los que se enfrentan los tripulantes: en ausencia de gravedad, el tejido óseo se degrada hasta un 1,5% por mes, lo que puede desembocar en osteoporosis acelerada y aumentar el riesgo de fracturas y otros problemas de movilidad.

La Life Science Glovebox del módulo japonés Kibo, instalada en 2018, permite realizar experimentos biológicos con total seguridad y precisión. Gracias a este equipamiento, los científicos pueden manipular células y tejidos en un entorno estéril, sin riesgo de contaminación para la tripulación ni para el material experimental. El trabajo de Cardman se enmarca dentro de una serie de investigaciones que buscan desentrañar los mecanismos celulares y moleculares responsables de la pérdida ósea en microgravedad, utilizando muestras humanas cultivadas en la propia EEI.

La historia de la investigación ósea en el espacio se remonta a los primeros vuelos tripulados de la NASA y la antigua Unión Soviética. Ya en las misiones Skylab y Salyut de los años 70, los médicos espaciales detectaron una preocupante disminución de la densidad mineral ósea en los cosmonautas y astronautas tras largas estancias en órbita. Desde entonces, se han probado numerosos contramedidas, desde el ejercicio físico intensivo hasta dietas suplementadas con calcio y vitamina D. Sin embargo, los efectos del entorno espacial sobre el metabolismo óseo siguen sin estar completamente resueltos, especialmente de cara a misiones mucho más largas y lejanas, como las previstas hacia Marte.

Los experimentos actuales de la NASA utilizan cultivos celulares avanzados y técnicas de análisis genético para estudiar, por ejemplo, cómo la microgravedad altera la expresión de genes implicados en la formación y destrucción ósea. Asimismo, se investiga el papel de la señalización hormonal y la interacción con otros tejidos, como el muscular, que también sufre atrofia en el espacio. Entre las posibles soluciones que se barajan están el desarrollo de fármacos específicos, la estimulación mecánica mediante vibraciones o dispositivos de gravedad artificial, y la ingeniería de tejidos para regenerar hueso dañado.

El interés por estos estudios no es exclusivo de la NASA. Otras agencias espaciales, como la ESA europea y JAXA japonesa, así como empresas privadas como SpaceX y Blue Origin, colaboran activamente en la investigación biomédica espacial. La salud de las tripulaciones es un factor crítico en los futuros vuelos comerciales suborbitales y orbitales, como los previstos por Virgin Galactic, o en los proyectos de estaciones espaciales privadas que se perfilan en la próxima década. Además, los avances logrados en este campo tienen un impacto directo en la medicina terrestre: los conocimientos sobre osteoporosis y regeneración ósea obtenidos en el espacio se están aplicando ya en nuevos tratamientos para pacientes en la Tierra.

Mientras tanto, la exploración de exoplanetas y la búsqueda de vida fuera del Sistema Solar avanza a pasos agigantados, con misiones como TESS y el futuro telescopio James Webb proporcionando datos sin precedentes sobre planetas potencialmente habitables. Sin embargo, la capacidad humana para llegar a esos mundos depende, en gran medida, de que resolvamos desafíos fundamentales como la protección de la salud ósea y general de los exploradores espaciales.

El trabajo de Zena Cardman en la EEI representa un avance crucial en esta línea, acercándonos al día en que los seres humanos puedan vivir y trabajar durante años fuera de la Tierra, ya sea en la Luna, Marte o más allá. Los resultados obtenidos contribuirán no solo a la seguridad y bienestar de los astronautas, sino también a la mejora de la calidad de vida de millones de personas en nuestro planeta.

(Fuente: NASA)