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Los misterios de la visión en el espacio: ¿qué ocurre con los ojos de los astronautas?

Los misterios de la visión en el espacio: ¿qué ocurre con los ojos de los astronautas?

La exploración espacial ha planteado numerosos desafíos a la ciencia, pero pocos tan intrigantes y preocupantes como los cambios en la visión que experimentan los astronautas durante largas estancias en microgravedad. Desde que las misiones a bordo de la Estación Espacial Internacional (ISS) se extendieron hasta seis meses o incluso más, los tripulantes han informado de una progresiva pérdida de agudeza visual. Este fenómeno no solo afecta su rendimiento en órbita, sino que plantea interrogantes fundamentales sobre la adaptación del cuerpo humano al entorno espacial y sus límites.

El primer aviso llegó de la propia tripulación, que, a medida que avanzaba su estancia, solicitaba gafas de lectura con lentes cada vez más potentes. Pronto, la NASA y sus socios internacionales detectaron un patrón preocupante: pruebas oftalmológicas realizadas antes y después de las misiones confirmaban que muchos astronautas sufrían alteraciones en la morfología de sus ojos. El hallazgo más relevante fue la inflamación del disco óptico, región donde el nervio óptico se conecta con la retina, vital para la transmisión de la información visual al cerebro.

Este trastorno ocular ha recibido el nombre de Síndrome Neuro-ocular Asociado al Vuelo Espacial (SANS, por sus siglas en inglés). Los estudios realizados por la NASA y sus socios, incluyendo la Agencia Espacial Europea (ESA), Roscosmos y la japonesa JAXA, han revelado que hasta un 60% de los astronautas de larga duración experimentan síntomas relacionados con SANS, que van desde visión borrosa hasta cambios en la forma del globo ocular. En algunos casos, la visión no regresa a la normalidad tras el retorno a la Tierra, lo que genera preocupación de cara a misiones mucho más largas, como el esperado viaje a Marte.

La microgravedad, principal sospechosa

El factor desencadenante parece estar en la microgravedad. En la Tierra, la gravedad ayuda a distribuir los fluidos corporales, pero en el espacio estos tienden a desplazarse hacia la parte superior del cuerpo. Esta redistribución afecta a la presión intracraneal y, en consecuencia, al globo ocular. La presión elevada puede comprimir la parte posterior del ojo, aplanando la retina y causando el abultamiento del disco óptico. Además, se producen pliegues en la coroides, la capa vascular situada entre la retina y la esclerótica.

Los investigadores han empleado avanzadas técnicas de imagen, como la tomografía de coherencia óptica (OCT), para monitorizar estos cambios durante y después de las misiones. Aunque los síntomas varían entre individuos, algunos factores de riesgo parecen ser la edad, el sexo y la predisposición genética. No obstante, el mecanismo exacto que produce el síndrome sigue sin resolverse completamente.

Las agencias espaciales buscan soluciones. La NASA está probando dispositivos de presión negativa en la parte inferior del cuerpo, conocidos como LBNP (Lower Body Negative Pressure), que simulan el efecto de la gravedad terrestre y ayudan a redistribuir los fluidos. También se están ensayando rutinas de ejercicio físico y dietas específicas para mitigar el impacto sobre el sistema vascular y ocular.

Un reto para la conquista del espacio profundo

La relevancia de este problema va más allá de la salud individual de los astronautas. Si no se encuentra una solución eficaz, la exploración humana de Marte y otros destinos del sistema solar podría verse comprometida. Un viaje a Marte implica pasar al menos dos años en condiciones de microgravedad y radiación, un entorno aún más exigente que el de la órbita terrestre. Por ello, los estudios sobre SANS se han convertido en una prioridad para la NASA y otras agencias, que han intensificado la recogida de datos biomédicos en la ISS y colaboran con universidades y centros de investigación de todo el mundo.

Mientras tanto, empresas privadas como SpaceX y Blue Origin, que planean misiones tripuladas de larga duración, también muestran interés en entender y prevenir estos efectos. SpaceX, por ejemplo, ha incluido experimentos biomédicos en sus misiones Crew Dragon, y Blue Origin ha anunciado su intención de colaborar con la NASA en investigaciones similares para sus futuras estaciones orbitales comerciales.

El caso de la visión en el espacio ilustra cómo la exploración espacial sigue siendo un laboratorio vivo para la ciencia, donde cada misión no solo amplía el conocimiento sobre el universo, sino que obliga a replantear los límites de la biología humana. Resolver el enigma del SANS será clave para garantizar que la humanidad pueda aventurarse, con seguridad, mucho más allá de la órbita terrestre baja.

(Fuente: NASA)