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El futuro de los centros de datos orbitales: costes, eficiencia y soberanía

El futuro de los centros de datos orbitales: costes, eficiencia y soberanía

El crecimiento exponencial del tráfico de datos a nivel global está impulsando a la industria espacial hacia una frontera inédita: los centros de datos orbitales. Empresas como SpaceX, Blue Origin y Virgin Galactic, así como agencias públicas como la NASA o la ESA, exploran la viabilidad de instalar infraestructuras de procesamiento y almacenamiento de datos más allá de la atmósfera terrestre. Sin embargo, mientras los debates se centran en la viabilidad técnica, la sostenibilidad o la resiliencia de estos sistemas, existe un aspecto crucial que permanece en segundo plano: el enfoque integral en los costes, mucho más allá del simple precio de lanzamiento.

En la actualidad, la conversación sobre centros de datos en el espacio suele girar en torno a la capacidad tecnológica: cuánto puede transportar un cohete, qué eficiencia energética se logra o cómo se puede gestionar el calor en microgravedad. Pero, según los expertos del sector, ha llegado el momento de analizar el ciclo de vida completo de estas infraestructuras: desde la inversión inicial y las estrategias de abastecimiento, hasta la operación y el mantenimiento a largo plazo.

**El reto de la soberanía y la resiliencia de los datos**

El atractivo principal de los centros de datos orbitales radica en su capacidad para garantizar la soberanía sobre la información crítica y mejorar la resiliencia ante amenazas terrestres, ya sean ciberataques, desastres naturales o cortes eléctricos generalizados. En este sentido, la Comisión Europea y la NASA han señalado en informes recientes la importancia estratégica de contar con infraestructuras fuera del alcance de actores hostiles o eventos catastróficos en la superficie.

SpaceX, por ejemplo, ya ha sentado las bases para esta revolución con su red Starlink, que, aunque centrada en conectividad, demuestra que la gestión de grandes volúmenes de datos en órbita es factible. Por su parte, la startup española PLD Space, tras el éxito del lanzamiento del Miura 1, estudia cómo su tecnología de micro-lanzadores podría servir para desplegar pequeños centros de datos modulares en órbitas bajas.

**Costes más allá del lanzamiento**

El precio de colocar un kilogramo en órbita ha descendido drásticamente, en buena parte gracias a la reutilización de cohetes impulsada por empresas como SpaceX y Blue Origin. No obstante, los expertos alertan de que el desembolso inicial representa solo una fracción del coste total de propiedad (TCO, por sus siglas en inglés). La elección de componentes, la cadena de suministro, los contratos de mantenimiento, el ciclo de vida de los equipos y la logística de reemplazo resultan determinantes en el balance final.

Por ejemplo, la operatividad de un centro de datos depende de su capacidad para disipar calor. En la Tierra, basta con sistemas de refrigeración convencionales, pero en el vacío espacial la tarea es mucho más compleja y costosa. Además, los paneles solares pueden verse afectados por la radiación y los micrometeoritos, lo que obliga a invertir en tecnologías de autoprotección y redundancia.

A estos factores se suma la gestión de los residuos orbitales. Las agencias espaciales, como la NASA o la ESA, exigen planes concretos para evitar que los centros de datos se conviertan en basura espacial al final de su vida útil, lo que implica costes adicionales de desorbitado seguro o reciclaje en el espacio.

**Estrategias de aprovisionamiento y eficiencia operativa**

Para maximizar la rentabilidad, las empresas están replanteando sus estrategias de aprovisionamiento. Algunas optan por construir sus propios módulos, como hace Blue Origin con sus estaciones orbitales privadas, mientras que otras se inclinan por alianzas con fabricantes aeroespaciales o por el uso de componentes comerciales adaptados al espacio. La modularidad y la estandarización de los sistemas pueden abaratar considerablemente el despliegue y la actualización de estas infraestructuras.

Del mismo modo, se exploran nuevas fórmulas de eficiencia operativa. Virgin Galactic, por ejemplo, estudia el uso de vuelos suborbitales para tareas de mantenimiento o actualización de discos duros, minimizando así los tiempos de inactividad y los costes logísticos. Incluso se baraja la posibilidad de instalar centros de datos en la cara oculta de la Luna, donde la temperatura es más estable y la protección frente a la radiación solar es mayor.

**Un mercado en ebullición**

El interés en los centros de datos espaciales no es exclusivo de las grandes potencias. Varias startups, como la japonesa ElevationSpace o la estadounidense Lonestar, ya han realizado pruebas de almacenamiento de datos en microgravedad, con la vista puesta en ofrecer servicios de backup crítico y computación de alto rendimiento para clientes institucionales y comerciales.

En paralelo, el descubrimiento de nuevos exoplanetas y la necesidad de procesar ingentes cantidades de datos científicos impulsan a las agencias públicas a considerar la instalación de nodos de cálculo cerca de los telescopios espaciales, lo que podría reducir el retardo y descongestionar las redes terrestres.

En definitiva, el éxito de los centros de datos orbitales dependerá en gran medida de la capacidad de la industria para gestionar el coste total de propiedad, optimizar la cadena de suministro y garantizar la eficiencia operativa. Solo así será posible convertir una visión futurista en una herramienta clave para la soberanía, la resiliencia y la sostenibilidad digital de las próximas décadas.

(Fuente: SpaceNews)