El sector espacial encara su «adolescencia incómoda» en la sostenibilidad orbital

En el marco de la SmallSat 2025 Conference celebrada en Salt Lake City el pasado 11 de agosto, Dmitry Poisik, responsable de programas de la Office of Space Commerce de Estados Unidos, lanzó una pregunta reveladora a los asistentes: “¿Cuántos de vosotros representáis a propietarios u operadores de satélites?” El silencio fue absoluto; nadie levantó la mano. Una constatación que, lejos de sorprenderle, sirvió de arranque para una reflexión profunda sobre el estado actual de la sostenibilidad espacial.
La escena ilustra el momento crítico que vive la industria: el “awkward, teenage phase” o “adolescencia incómoda” de la sostenibilidad espacial, según definió Poisik. El sector, marcado por un crecimiento vertiginoso en el número de satélites y operadores, se enfrenta a retos técnicos, regulatorios y de colaboración internacional que determinarán su futuro.
Un ecosistema orbital en rápida transformación
En la última década, la órbita baja terrestre (LEO, por sus siglas en inglés) ha experimentado una auténtica revolución. Empresas como SpaceX han impulsado este cambio con el despliegue de megaconstelaciones como Starlink, que ya suma más de 6.000 satélites en servicio y proyecta alcanzar los 12.000 en los próximos años. Blue Origin, aunque centrada por ahora en lanzadores como el New Glenn, también ha anunciado planes para su propia constelación, “Project Kuiper”, con miles de satélites adicionales.
A la carrera se suman otras compañías privadas como OneWeb, que ya ha completado el despliegue de su primera generación de satélites, y actores emergentes como la española PLD Space, que tras el éxito de su lanzador Miura 1 prepara el salto al Miura 5, con el objetivo de facilitar el acceso comercial y sostenible al espacio para pequeños satélites.
El papel de la NASA y las agencias públicas
No solo el sector privado está implicado en esta transformación. La NASA, junto a la Agencia Espacial Europea (ESA) y otras agencias públicas, ha puesto en marcha ambiciosos programas de observación, experimentación y comunicaciones que aumentan la densidad de objetos en órbita. Además, la búsqueda y estudio de exoplanetas mediante telescopios espaciales como el James Webb o el próximo PLATO de la ESA, incrementa la diversidad y complejidad de las misiones.
Las cifras son elocuentes: en 2023 se contabilizaban más de 8.000 satélites operativos en órbita, una cifra que podría duplicarse antes de 2030. A esto se suman miles de etapas de cohetes, fragmentos de satélites y restos de colisiones, conformando un entorno orbital saturado y cada vez más peligroso.
Sostenibilidad: entre la innovación y el riesgo
La “adolescencia incómoda” a la que aludía Poisik se manifiesta en la falta de madurez de las normas y protocolos para garantizar la sostenibilidad. A día de hoy, la responsabilidad de evitar la generación de basura espacial recae en los propios operadores, con regulaciones que varían entre países y que, en muchos casos, adolecen de mecanismos efectivos de cumplimiento y sanción.
SpaceX, por ejemplo, ha implementado procedimientos para desorbitar sus satélites Starlink al final de su vida útil, pero la magnitud de las constelaciones hace que cualquier error o incidente pueda multiplicar los riesgos. Virgin Galactic, aunque centrada en el turismo suborbital, también se enfrenta al desafío de minimizar el impacto de sus vuelos en el entorno espacial.
Por su parte, la NASA y la ESA han lanzado iniciativas de limpieza activa, como la misión ClearSpace-1, que pretende capturar y retirar restos orbitales. Sin embargo, estos proyectos aún están en fase experimental y su escalabilidad es limitada frente al aumento exponencial del tráfico espacial.
La necesidad de una gobernanza global
La falta de propietarios y operadores en eventos como la SmallSat Conference pone de manifiesto la brecha existente entre quienes diseñan las políticas de sostenibilidad y quienes gestionan día a día los activos en órbita. Dmitry Poisik y otros expertos coinciden en que urge una mayor implicación del sector privado, así como la creación de estándares internacionales que armonicen las prácticas y responsabilidades.
En este sentido, la colaboración público-privada se perfila como la vía más eficaz para abordar el problema. Empresas como Blue Origin y SpaceX reclaman marcos regulatorios claros y previsibles, mientras que las agencias gubernamentales buscan fórmulas para incentivar el cumplimiento voluntario y la innovación en tecnologías de mitigación.
El futuro de la exploración y la economía espacial depende, en gran medida, de la capacidad del ecosistema internacional para superar esta “adolescencia incómoda” y adoptar una visión madura y responsable de la sostenibilidad orbital. La próxima década será decisiva para transformar los desafíos actuales en oportunidades y garantizar que la expansión del acceso al espacio no comprometa su viabilidad a largo plazo.
(Fuente: SpaceNews)

 
							 
							