Las moscas de la fruta, aliadas clave para desentrañar los efectos del espacio en el cuerpo humano

Las moscas de la fruta, diminutas pero poderosas, se han consolidado como protagonistas en la investigación aeroespacial, desempeñando un papel esencial para la NASA en el estudio de los efectos de los viajes espaciales sobre los organismos vivos. Aunque pueda sorprender a muchos, estos insectos comparten una considerable cantidad de material genético con los seres humanos, lo que los convierte en modelos idóneos para analizar cómo la ausencia de gravedad y otras condiciones espaciales afectan a la salud y a la biología de los astronautas.
El uso de moscas de la fruta, científicamente conocidas como Drosophila melanogaster, en experimentos espaciales no es algo reciente. Desde los albores de la exploración espacial, la comunidad científica ha recurrido a estos insectos debido a su ciclo vital corto, su facilidad de manejo y su peso mínimo, lo que permite transportar grandes cantidades en cada misión sin que suponga un coste logístico significativo. Además, su genoma, mapeado en su totalidad, exhibe sorprendentes similitudes con el humano, de modo que los resultados obtenidos en las investigaciones pueden extrapolarse con notable fiabilidad.
Dentro de la Estación Espacial Internacional (ISS), los experimentos con Drosophila han permitido a los expertos de la NASA y otras agencias espaciales comprender mejor los efectos de la microgravedad en la función muscular, el sistema inmunológico y el envejecimiento celular. Un ejemplo paradigmático es el estudio sobre la atrofia muscular. Al igual que los astronautas, las moscas de la fruta experimentan una pérdida acelerada de masa muscular en condiciones de ingravidez. Analizando los cambios genéticos y bioquímicos en estos insectos, los científicos han logrado identificar rutas metabólicas y genes implicados en la degeneración muscular, lo que abre la puerta al desarrollo de terapias y contramedidas tanto para la vida en el espacio como para tratar enfermedades degenerativas en la Tierra.
Recientemente, la NASA ha anunciado una nueva serie de experimentos que se realizarán a bordo de la ISS en colaboración con SpaceX, que suministrará el transporte de los equipos científicos y las muestras de Drosophila a través de su nave de carga Dragon. Esta colaboración ilustra la creciente sinergia entre entidades públicas y privadas en el ámbito espacial; SpaceX, liderada por Elon Musk, se ha convertido en un socio fundamental no solo para el transporte de astronautas y suministros, sino también para el avance de la ciencia experimental en órbita.
En paralelo, la investigación con organismos modelo no se limita al campo estadounidense. Proyectos europeos, en ocasiones con la participación de empresas como PLD Space desde España, también han explorado el potencial de las moscas de la fruta y otros pequeños animales para comprender los efectos de los vuelos suborbitales en la biología. PLD Space, destacada por sus lanzadores reutilizables Miura 1 y Miura 5, ha mostrado interés en facilitar experimentos de corta duración en microgravedad, contribuyendo así al auge de una nueva generación de plataformas científicas accesibles.
Mientras tanto, Blue Origin, la empresa fundada por Jeff Bezos, ha incluido experimentos biológicos en sus vuelos suborbitales con la cápsula New Shepard, permitiendo a investigadores de universidades y agencias internacionales testar los primeros minutos de exposición de organismos vivos al entorno espacial. De forma similar, Virgin Galactic, que opera vuelos turísticos suborbitales, ha incorporado en ocasiones cargas científicas para evaluar el impacto de la aceleración y la ingravidez en diversos sistemas biológicos.
La investigación con Drosophila también ha repercutido en el estudio de la radiación espacial. A diferencia de la Tierra, el entorno de la ISS y del espacio profundo carece de la protección magnética terrestre, exponiendo a los organismos a niveles elevados de radiación cósmica. Las moscas de la fruta permiten analizar las mutaciones genéticas y los daños celulares causados por este tipo de radiación, proporcionando pistas fundamentales para proteger a los astronautas en misiones de larga duración, como las futuras expediciones a Marte.
No menos relevante es la aportación de estos estudios al conocimiento sobre el envejecimiento. Varios experimentos han revelado que la microgravedad acelera procesos degenerativos en las células de las moscas, reflejando fenómenos similares en los seres humanos. Las conclusiones obtenidas no solo informan sobre los riesgos de las estancias prolongadas en el espacio, sino que también ofrecen valiosos datos sobre el envejecimiento prematuro y las enfermedades asociadas en la población terrestre.
Por todo ello, las moscas de la fruta se han convertido en una herramienta insustituible para la biomedicina espacial. Su pequeño tamaño contrasta con el peso de la información científica que aportan, permitiendo avanzar tanto en la protección de los astronautas como en la mejora de nuestra salud en la Tierra. Con la colaboración cada vez más estrecha entre agencias como la NASA, la ESA y empresas privadas como SpaceX, Blue Origin o PLD Space, el futuro de la ciencia espacial promete innovaciones que, aunque gestadas a cientos de kilómetros de altura, tendrán un profundo impacto en nuestro día a día.
(Fuente: NASA)

 
							 
							